-¿Y sabe usted por qué en mi casa hay una banda?- Le preguntó.
-Sí. Aquí, durante la guerra, vino la falange y precintó la puerta para que nadie pudiese entrar hasta que vosotros llegarais.
Aquello le hizo pensar a Francisco de que la falange era buena y, acto seguido, entró en su casa con su familia.
Lo que vio a continuación le hizo estremecerse pues toda su casa había sido registrada. Empezaron a buscar entre sus pertenencias y no encontraron nada de valor: ni un reloj que Francisco tenía, ni el tabaco que guardaban, ni el oro, ni joyas... Incluso los libros se los habían llevado. Cuando Francisco hijo fue a ver como se encontraba su gorrión se lo encontró en una jaula y de éste tan solo quedaban los huesos. El tiempo había hecho que desapareciera la carne, dejando tan solo el esqueleto.
-¡Nos han dejado sin nada!- Gritaba Francisco al ver en la situación en la que se encontraban.
-Francisco no te preocupes, al menos tenemos una casa donde vivir.- Le tranquilizó su mujer.
Acto seguido, entre todos comenzaron a recoger la casa.
Gracias a la falange el dueño de la casa no lo alquiló pues al ver que no había nadie quiso alquilárselo a otras personas. Y tras haberlo ordenado todo, fueron a buscar a la madre de Francisco, la cual seguía viviendo en su casa y estaba sana y salva.
Allí se quedaron viviendo dos meses. Después. Francisco decidió mudarse a una posada cuyo nombre era "Las ánimas". Se encontraba en la plaza del Carmen y como posada estaba distribuida de la siguiente forma: tenía un gran callejón empedrado en el centro para el paso de caballos y carruajes, a ambos lados las habitaciones de la clase bien y al fondo los pajares, cuadras y otras habitaciones. Su fachada se compone de un de arco de medio punto en piedra y un balcón de forja rondeña, con el escudo de Castilla y un hueco en un pequeño frontón para cobijar la imagen de la Virgen.
Allí se encontraron conviviendo con 9 vecinos más. Francisco y su mujer se hicieron caseros, es decir, cada mes le pedía a sus vecinos el dinero que les debía al dueño por vivir allí. De esta forma, ellos vivían allí gratis. Y además de pedir el pago mensual, también cuidaban de la posada.
Así pasaron los años y Francisco hijo cumplió los 20 años junto a sus padres y su hermano.
Francisco empezó a trabajar en el campo escardando la Tierra y arando el trigo con su padre. Más tarde, comenzó con su verdadera vocación: pintar.
Pero al año siguiente, su padre Francisco se puso enfermo y Francisco hijo tuvo que hacer todo el trabajo el solo.
-No te preocupes padre, yo haré el trabajo por ti lo mejor posible.- Le dijo Francisco a su padre.
Aquel año tuvo que arar el trozo de Tierra que éstos tenían y sembró garbanzos y patatas entre otros. Todo el trabajo lo tuvo que realizar con una zoleta. Tras haberlo sembrado todo, dejó que crecieran no sin antes rezar porque aquella cosecha le saliese buena.
Mientras, Ana cuidaba de su marido enfermo mientras cuidaba de la posada y pedía los pagos. Por otro lado, Pepe comenzó a trabajar de tallista haciendo pequeñas cosas por la ciudad.
Cuando tocó el tiempo se sacar todo lo sembrado el dueño de la Tierra fue a hablar con Francisco padre e hijo.
-¡No puedo creerme lo bien que has hecho tu trabajo!- Decía mientras miraba al joven de 20 años.
Francisco padre se sentía muy orgulloso de su hijo pues mientras él estaba enfermo su hijo había hecho la mejor cosecha que jamás había visto. Y gracias a él, consiguieron sacar unas 20 fanegas de trigo que cambiaron por harina. Además de las legumbres y hortalizas que habían sacado. Francisco padre amasó toda la harina y consiguieron tener pan para muchísimo más tiempo de lo que pensaban. Ya era tanta la cantidad que tuvieron que meterla en una tinaja para que se conservase mejor durante más tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario