martes, 12 de julio de 2011

Parte 3 : La aficción por los pájaros.

Francisco empezó a los nueve años con este hobbie. Al lado de donde el vivía había una casa llamada el Túnel dónde vivía un niño llamado Salguero que era unos años más joven. Estos dos niños que se juntaron con esta temprana edad, serían amigos inseparables hasta la muerte de Salguero a los ochenta y dos años. Salguero tenía un tío llamado Paco, el cual iba a cazar pájaros de vez en cuando con otro hombre. Y un día les invitó a los dos amigos a que fuesen a verlos. Ellos aceptaron con mucho entusiasmo y Francisco fue a pedirle permiso a su padre.
-Tan solo te dejaré si vas con Salguero- Le contestó Francisco padre.
Así pues, a los pocos días Francisco hijo y Salguero fueron a ver a Paco y al amigo de éste cazar pájaros en Pino Verde. Fueron andando desde sus casas hasta aquel sitio, teniendo que subir un río que pasaba por allí, hasta que vieron de lejos a los dos hombres. Éstos se encontraban en un llano preparando las redes y mirando al cielo. Ambos amigos corrieron juntos hasta llegar a aquel llano. Los dos hombres estaban cazando pájaros de paso, es decir, que no se quedaban en aquel lugar sino que iban buscando otro clima y tenían que pasar por allí.
Allí, había una red de seis metros esperando a que algún pájaro se posase en ella. Los dos niños se quedaron mirándola perplejos.
-¿Os gusta?- Le preguntó Paco.
Ambos niños contestaron que sí sin apartar la mirada de aquella inmensa red.
-Si os gusta la cacería cuando pase un poco más de tiempo te la regalaré.- Le dijo a Salguero su tío.
Y a los pocos días, Paco se la regaló a los dos jóvenes. Y así pudieron empezar a cazar. Salguero la guardaba en su casa y cuando decidieron ir por primera vez a cazar se la llevó para compartirla con su mejor amigo. Pero antes tuvieron que ahorrar para conseguir más material que necesitaban: clavos, el tiro, las horquetas... Y Pepe, el hermano de Francisco, como era tallista y carpintero hizo los varales de madera de haya. Así pues cuando Francisco llegó a los doce años empezaron a tener casi todo lo necesario. Y a los pocos meses fueron a cazar por primera vez los dos juntos. Fueron a un campo y la pusieron tal y como le habían enseñado y consiguieron algunos pájaros. Más tarde, aprendieron por sí solos a cazar también de agüero, es decir, con una red de agua. Aquello debía de hacerse los días de lluvia y con una red más chica.

Pero a los 18 años se necesitaba la licencia para cazar y los dos amigos decidieron que Francisco se la sacaría y así les servía a los dos. Así pues Francisco se sacó la licencia y se la mandaron desde Málaga.

En la posada dónde vivía Francisco a los 18 años tenía una reata de pájaros que guardaba para cuando se iba de cacería. Todos los pájaros que tenía los guardaba en el balcón y todos los días los visitaba para echarles de comer y de beber. En cada uno de aquellos pájaros, Francisco guardaba un recuerdo imborrable del día que lo atrapó con su amigo. Un día, cuando llegó de trabajar en el campo, fue a verlos como de costumbre. Se apartó el sudor de la frente y salió al balcón. Allí estaban todos sus queridos pájaros pero no estaban en sus jaulas sino que estaban tirados en el suelo. No quedaba ninguno con vida. Por lo que intuyó un gato se había subido al balcón y los había matado a todos.Y se juro a sí mismo que si llegase a saber cual es él mismo lo mataría con sus propias manos.Francisco no pudo evitar agacharse y contemplarlos de cerca, aún sabiendo que ninguno volvería a cantarle.

Un día, cuando Francisco tenía 20 años, fueron los dos amigos al Pilar de Coca ( que se encontraba más allá del Patronato) de cacería. Ambos iban muy contentos pues era un día espléndido para ir de cacería y porque tenían ya la deseada licencia. Entre los dos prepararon la red y todo lo necesario y se escondieron en un chozo que hicieron. Allí pudieron ver como un coche de la policía se acercaba hacia ellos. Francisco se salió del chozo donde se escondían y se encontró con un civil. Éste le pidió la licencia y Francisco se la dio. A los lejos se veía venir el otro civil que lo acompañaba. Al volver a mirar al primer civil supo que algo no iba bien.
-Esta licencia no está bien.- Le informó.
-¿Cómo no va a estar bien si me la dieron ayer mismo desde Málaga?- Contestó nervioso Francisco.
Mientras, Salguero seguía vigilando la red ignorado lo que sucedía.
-Pues esta licencia no está bien porque es de otra fecha y no sirve. Tenéis que iros.
Francisco se quedó perplejo al escuchar lo que le habían dicho. Él estaba seguro de que la licencia estaba legal y perfecta pero por lo que le estaban diciendo supo que desde Málaga hubo un error. Además no solo tenía que irse sino que también le querían multar por estar cazando ilegalmente.
En ese momento, llegó el otro civil. Ambos civiles hablaron sobre el tema y llegaron a una conclusión.
- Os dejaremos aquí un rato más porque no habéis conseguido coger aún nada- Dijo el segundo civil.
-Es que acabamos de llegar.¿Y cuánto es un rato?- Les dijo Francisco.
-Unos treinta minutos. No más.
Y además, cuando consiguiese la licencia, el primer civil le pidió que se la llevase al cuartel. Entonces los dos civiles se marcharon y Francisco volvió a la choza.
-¡Salguero! ¡Vámonos!
-¿Pero porqué? ¿Qué ha pasado?- Dijo mientras veía a Francisco recoger a toda prisa todas las cosas.
-Que han venido dos policías y me querían multar. Pero nos han dejado un rato más para cazar pero mejor nos vamos vallase que vengan otros y nos multen de verdad.
Y acto seguido, recogieron todo y se montaron en el coche de Salguero.
-Vámonos a ver otro sitio que puede estar también bien y vamos el domingo que viene.- Le dijo Francisco.
Y Salguero arrancó el coche rumbo donde Francisco le indicó.
Tras unos minutos en la carretera viendo el paisaje, el coche empezó a ir más despacio hasta que llegó a pararse. Salguero intentaba darle al acelerador pero el coche no respondía a sus órdenes. Los dos hombres se salieron de coche y buscaron alguna ayuda pero estaban en un carril de una sola dirección y no veían a nadie.
Mientras Salguero abría el capó, un coche de policía se acercó. Eran otros dos civiles que paseaban por allí. Cuando vieron el coche parado y los dos hombres mirándolos, los civiles se pararon y salieron del coche.
-¿Qué os ocurre?
-El coche, que se nos ha parado y no sabemos porqué.- Dijo Salguero.
Así pues uno de los civiles empezó a mirar el capó mientras que el otro se acercó a Francisco.
-¿Qué tienen en el maletero?
-Cosas para cazar.- Respondió Francisco.
Francisco abrió el maletero y el policía sacó todo lo que tenían allí dentro. A parte de una cantimplora, comida y redes no encontró nada más y volvieron a guardarlo todo en el maletero.
El civil que estaba junto a Francisco se acercó al coche y empezó a buscar el fallo.
-¡Ya sé lo que le pasa!- Gritó éste.
Era un cable que se había quedado suelto y por eso no arrancaba el coche. Y tras unos minutos, consiguieron arrancar el coche.
-Muchas gracias- Dijeron los dos amigos a los civiles.
Los civiles dieron la vuelta y desaparecieron en el camino. Entonces decidieron seguir. Pero hasta que no consiguiesen la licencia legar no podrían volver a hacer el deporte que los había juntado más de la mitad de un siglo: cazar.
Al día siguiente, Francisco comenzó a preparar de nuevo todo para la licencia y lo mandó a Málaga. Y días después le informaron que se habían equivocado al poner la fecha y que lo arreglarían lo antes posible. Aquello hizo relajarse a Francisco.
Y cuando volvieron a mandarle la licencia desde Málaga Francisco fue a ver al policía que le había pedido que se lo llevase cuando lo tuviese. Así pues fue al cuartel de Ronda y lo llamaron por teléfono desde la recepción.
- Dice que ahora baja.- Le informaron.
Francisco iba a sentarse cuando vio a un hombre bajar por las escaleras. ¿Sería él? Se preguntó.
-Hola ¿Usted es Francisco?- Le preguntó aquel hombre.
Por la voz supo que sí era aquel policía. No lo había reconocido pues llevaba no llevaba el uniforme sino que iba vestido de paisano.
-Aquí le traigo la licencia que me pidió.
El policía lo miró y, en esta ocasión, sonrió.
-Ahora sí está legal. Ya puede ir a cazar con su amigo cuando quiera.
Se despidieron con un apretón de manos y no volvieron a verse nunca más.

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